Pan de Espinacas Saludable Casero: Receta Fácil y mi Intento Fallido

¡Ladies and gentlemen!
Os traigo una anécdota graciosa… para vosotros. Para mí, fue un mal rato.
Pero en fin, si una no se ríe de sus fracasos culinarios, ¿entonces qué? Aquí va la crónica de cómo intenté hacer pan de espinacas casero, me sentí como una chef de TikTok… y acabé oliendo a verdura marina durante horas. Y para que os hagáis una idea de mi cara, os dejo al final un vídeo que me representa.

Todo empezó con un vídeo de 30 segundos. Ni siquiera se le veía la cara a la persona que lo hacía. Solo unas manos ágiles, un plano perfectamente iluminado, y esa musiquita de fondo que te hace creer que todo es posible.
“Pan de espinacas casero, súper fácil, súper sano.”
¿Súper fácil? ¿Súper sano? ¿Súper engañada, yo?
Spoiler: sí.

Encendí la batidora con la misma ilusión con la que te apuntas al gimnasio un lunes de septiembre.
Espinacas frescas (una bolsa entera, porque “mejor que sobre”), huevo, levadura en polvo… y harina de garbanzo.
Sí, harina de garbanzo. Porque la tenía olvidada en un mueble desde la vez que intenté hacer algo “sin gluten y alto en proteínas”. Y porque ya que íbamos a improvisar, que fuera a lo grande.

La mezcla resultante tenía un tono verde radioactivo, una consistencia viscosa y la actitud desafiante de algo que sabe que no está bien pero se va a meter igual en el microondas.
Porque sí, el vídeo decía microondas. No horno, no panificadora: microondas.



Así que, confiando en el proceso, volqué la masa en un molde de cristal y la metí ahí dentro.
Lo que ocurrió después solo puedo describirlo como un homenaje a Flubber.
Esa cosa salió hinchándose por todos lados, tomando formas caprichosas, como si fuera una criatura mágica intentando escapar de su destino vegetal.
En un momento llegué a pensar que me guiñó un ojo.

Pero seguí. Porque soy valiente.
Porque si algo me caracteriza es la esperanza terca.
Y porque ya tenía la cocina hecha un cristo y no iba a dejar que todo ese caos terminara sin recompensa.

Lo dejé enfriar un poco. Lo corté. Lo tosté en sartén, para darle ese toque crujiente, ese “no soy un fallo, soy rústico”.
Le puse pavo. Le puse queso.
Le eché semillas por encima, para que entrara mejor por los ojos.
Y no voy a mentir: quedó bonito. Verde, compacto, fotogénico. Un pan que engañaría a cualquiera por Instagram.

Con ganas (y un ligero temblor interno), lo acerqué a la boca.
Y ahí empezó el espectáculo.

El olor.
Dios, el olor.
Una mezcla entre espinacas al vapor, garbanzo vengativo y algo que solo puedo describir como “pescadería cerrada en agosto”.
Ya solo con el aroma mi estómago empezó a tener sentimientos.
Pero aún así, mordí.

El sabor… madre mía.
Espinaca, garbanzo, y no sé qué más. Un regusto como a césped mojado con traumas.
Pero tragué.
Porque lo había hecho yo. Porque me dije: “esto es nutrición, no placer”.
Segundo bocado, con más asco.
Tercero, por puro orgullo.
Y ahí, mi estómago dijo: hasta aquí.

Me faltaron pies para llegar al baño.
Y sí, lo eché todo.
Con una dignidad cuestionable, pero al menos con el consuelo de que no todo se perdió: podríamos decir que healthy healthy no fue… pero ayudó a mantener mi estómago vacío hasta el día siguiente.

Reflexión final:

No todo lo que lleva espinacas es sano.
No todo lo que lleva semillas es bueno por dentro.
Y no todo lo que ves en TikTok está destinado a salir bien en tu cocina.

Pero oye, lo intenté.
Y si alguien me pregunta:
“¿Volverías a hacerlo?”
Les responderé con una sonrisa serena, dejando que su imaginación complete el resto.





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