¡Os lo dije! Menos que un telediario. Cuando se me mete algo en la cabeza... ay, madre. Afortunadamente no me pasa muchas veces, pero cuando ocurre, hasta que no lo hago, no paro.
Llegué tarde de trabajar, recogí, limpié y ahí estaba el run-run (nunca mejor dicho) en mi cabeza: salir a correr. Hasta planeé la cena, receta saludable, jem. Y dejé la fregona muerta de risa.
Me puse los pantalones de correr, el top (el primero que pillé), camiseta del día anterior —no estaba sucia ni sudada, solo fue un paseo, eso no cuenta—, zapatillas, calcetines tipo guiri, coleta alta y riñonera. Me coloqué los cascos, play en Spotify, preparé el reloj para darle justo al salir... y ¡boom! Salí tan rápido que el portazo casi tira la puerta del vecino. Perdón, vecino, no soy agresiva, solo estaba motivada.
Bajé las escaleras a modo de calentamiento y ya estaba en la calle. No hacía calor, corría una brisita deliciosa, pero era tarde y no me gusta correr de noche por donde siempre voy, así que tocó cambiar de ruta. Volumen al máximo y... ¡empezamos!
Por un momento me sentí como una superheroína. Solo me faltaba el cómic flotando sobre la cabeza:
“¡Vamos! ¡Ole! ¡Tú puedes, fenómena!”
Algo así como Quim Gutiérrez en la serie El Vecino.💥 Así me sentía yo, salvando el mundo (o al menos mis ganas de no quedarme en el sofá). Si no la habéis visto, es de esas series que pones cuando estás cansado, solo para tener ruido de fondo… en definitiva, ideal para dormir la siesta.
Primeros pasos sobre el asfalto después de... ¿dos? ¿tres meses? Ni idea. Pero me sentía poderosa. Mis zancadas decían “voy sobrada”, pero mi respiración susurraba “igual no tanto”. Así que bajé el ritmo. El trote era bueno, iba contenta, no me molestaba nada ni nadie: ni la gente, ni los perros, ni los coches. Una diosa en acción.
El recorrido nuevo, eso sí, algo soso. No encontré nada interesante, o quizá estaba tan pendiente de mis sensaciones que ni lo noté. La cuesta final... uff, se notaba. Pero giré a la izquierda y ya veía mi portal a lo lejos.
No tenía la app activada, esa que me dice con voz extranjera “guan kilometer!”, así que iba a ciegas. Pensaba que habría hecho mínimo dos kilómetros. Miro el reloj: 1.6 km. Doce minutos.
¿Hola? ¿En serio? ¡Mi reloj está roto! ¡Necesito otro! Porque juraría que habían sido veinte minutos. En fin… ahí quedó mi empoderamiento y la cruda realidad de mi fondo.
Hoy mis músculos protestan, mis piernas gritan y mis glúteos planean una huelga… pero yo sonrío, porque cada agujeta es como una medalla de guerra por haber salido del sofá.
Y lo negativo: no me crucé con nadie interesante. Ni siquiera el vecino de la gorra. Últimamente me lo encuentro mucho, que por cierto, ¡ese hombre solo tiene ropa negra! Pantalón, camiseta, zapatillas, calcetines… y, por supuesto, su gorra. Todo negro. Me niego a pensar que siempre sea la misma. Lava y pone, lava y pone.
Mirando lo positivo, este Halloween no ha necesitado disfraz. ¡Jajajajja!
Y claro, ves esos vídeos de la gente que se graba en medias maratones por el mundo: en París, en Roma, en Berlín… y empiezan:
“1 kilómetro”, “5 kilómetros”, “14 kilómetros”... y ahí están, sonrientes, hablando a cámara.
Perdona, ¿cómo pueden hablar? ¿Y encima grabar? What the fuck! Ese nivel me parece de otro planeta.
Ojalá algún día.
Por ahora, me conformo con mis 1.6 gloriosos kilómetros y mi espíritu de Goku subido a la nube, aunque mañana no pueda bajar las escaleras sin parecer un robot oxidado.
Y vosotros, ¿habéis salido a correr últimamente?
¿O estáis como yo, con las zapatillas mirándoos desde el rincón, pidiendo pista?
O quizás estáis intentando integrar un nuevo hábito saludable en vuestra vida…

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