Septiembre siempre llega con ese aire de nuevo comienzo. Es como el primer mes del año —ya lo hablamos en el post anterior—. Pues eso, toca resetear, ordenar la vida y prometer que esta vez sí.
Así que me he lanzado a un plan de pérdida de peso. Uno de esos de seis semanas que, más que milagros, promete algo mucho más valioso: cambiar hábitos. Aprender a comer bien, descubrir mezclas nuevas y mover un poco el cuerpo.
Pero seamos honestos: aunque todos digamos eso de “no busco milagros, solo salud”, en el fondo esperamos un milagro. Y quien diga lo contrario... MENTIROSO/A.
Voy por la semana 3. ¿Resultados? Sí, algo se nota. Y ojo: solo estoy siguiendo la parte de alimentación, porque de deporte... ejem, nada aún. Si lo hiciera, seguro que los cambios serían más visibles. Los demás (sí, esas personas como yo, creyentes del milagro instantáneo) van genial, o eso dicen, pero yo... bueno, digamos que voy a mi ritmo. Shhhh 🤫… aun no he retomado el running. Como te he dicho, voy a mi ritmo.
El grupo secreto de Telegram
Lo mejor de todo es que no voy sola. Tenemos un grupo secreto de Telegram donde, en teoría, compartimos risas, penas y victorias.
MENTIRA.
En realidad solo compartimos fotos de las comidas y preguntas al creador del plan. Que ojo, no es Dios, pero en el grupo lo tratamos como si lo fuera. Total, si nos va a hacer el milagro, se ha ganado el altar.
Supuestamente es un grupo para motivarnos e interactuar entre nosotros. Y lo hacemos, a nuestra manera:
Cuando alguien flojea, otro suelta la frase mágica que te levanta el ánimo.
Si una dice: “Hoy no aguanto más, necesito algo dulce”, aparece otra: “¡No mires el donut, mírate en el espejo, guerrera!”. De guerrera nada, el mensaje termina en "el espejo".
Y si alguien llora porque “después de tanto esfuerzo no ha bajado nada”, se activa el coro celestial: “Shhh, no mires la báscula, mira tus nuevos hábitos”.
Ese apoyo hace que no tires la toalla tan rápido. Ya veremos cómo evoluciona el grupo cuando se mezclen el estrés, el cansancio y las comidas trampa... eso promete.
El enemigo invisible: tu propio cerebro
Lo más fuerte de todo es cómo funciona la mente.
“La mente es maravillosa”, decía alguien… no recuerdo quién, pero seguro que ese día no estaba a dieta.
En todo el año no me había apetecido una galleta rellena de chocolate tipo Príncipe (ni las como nunca, vamos). Pero te pones a dieta y ¡zas!, antojo prohibido al canto.
Como si mi cerebro fuera un troll profesional con sentido del humor retorcido.
Puedes llevar años sin probar algo y, de pronto, se convierte en tu obsesión solo porque ahora está “prohibido”. El subconsciente es un cabrón con máster en sabotaje.
Un día normal, incluso te acuestas sin cenar. Pero si estás “a dieta”, eso no pasará... jamás.
La lucha real: hábitos contra caprichos
Crear buenos hábitos cuesta un mundo.
Por ahí circula un libro que dice que necesitas 21 días para formar un hábito. Y tú piensas: “21 días, bah, eso no es nada”. Pero luego te imaginas 21 días saliendo a correr (si lo odias) o 21 días sin probar pizza, chocolate ni hamburguesas, y te da un microinfarto emocional.
Es lento, trabajoso, como convencer a un gato para que entre en el transportín.
En cambio, los malos hábitos se instalan solos, gratis y felices, como si entraran a una discoteca con barra libre.
Pero bueno, ahí está la clave: insistir, caer y levantarte. Hasta que esos nuevos hábitos se sientan más cómodos que los viejos. ¡Por tu salud, joder!
El reloj resucitado
Y hablando de hábitos… ha vuelto mi reloj inteligente. Sí, ese que compré convencida de que iba a convertirme en la reina del fitness, y terminó criando polvo en un cajón. Pues ahora ha resucitado.
Y oye, cada paso cuenta: los quince de ir al baño, los veinte de abrir la nevera o los treinta de asomarte a la ventana. ¡Todo suma!
Al final del día, lo mejor es mirar el resumen: pasos, calorías, kilómetros… y tachar comidas completadas. Esa satisfacción de pensar: “ya puedo dormir tranquila; si el mundo se derrumba, que se derrumbe, yo hoy he cumplido”.
Aunque aviso: a veces las tripas rugen tan fuerte que puedes despertar al vecino… aunque oye, si es un poco porculero, bien merecido lo tiene.
Comer bien y disfrutarlo
Pero también hay momentos felices. Esta dieta tiene comidas riquísimas, eso no se puede negar.
Comemos de todo, y sí, también verdura. De hecho, creo que nunca he comido tanta verdura en mi vida. No lo creo, lo afirmo con mucho orgullo.
Y la felicidad se siente en forma de pizza, hamburguesa o ensalada top.
Todo versión fit, vale, pero te lo comes feliz.
Esperas ese momento del día con la ilusión con la que un niño espera los Reyes, es así, real. 😂
La hamburguesa está bastante bien, las pizzas podrían mejorar un poco… pero oye, ¡es la versión saludable! Lo importante es que se disfruta, y eso ya es un logro. Nada que ver con esas recetas fracaso de TikTok que prometen el paraíso y acaban sabiendo a castigo divino (y lo digo con conocimiento de causa). Si quieres saber de qué hablo, pincha en este enlace.
Conclusión
Septiembre puede ser el mes eterno del año, sí, pero no tiene por qué ser tan gris.
Con un plan rico en sabor, un grupo que te anima y hasta un reloj que te cuenta los pasos del pasillo a la cocina, la cosa cambia.
Esto es solo la primera parte de mi experiencia. Voy por la mitad del camino.
Cuando acabe las seis semanas, os contaré cómo termina esta historia. Y si funciona, prometo revelaros el plan.
Mientras tanto, aquí sigo: entre pizzas fit, pasos contados y antojos rebeldes que mi cerebro inventa de la nada.
Porque sí, cuesta… pero también merece la pena.
P.D. Lo sé, te estoy hablando de septiembre y ya estamos en octubre… pero se me ha echado el tiempo encima con tanto planificar la dieta (y, seamos sinceros, pensar en comida también quita su rato).
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